En general el mundo militar me desagrada, y cada vez más. Supongo que una mezcla de la situación política de mi país con la inseguridad y la violencia gratuita cada vez mayor que vivimos disminuye ese romanticismo infantil que tenía cuando encantado veía Las ratas del desierto, Combate o esas viejas películas de los setenta como Donde las águilas se atreven. En ciertos momentos, por motivos laborales, me ha tocado relacionarme con el mismo y lo percibo primitivo, reducidos a un mundo de manual en blanco y negro y restringidos y presionados por una absurda y tonta cadena de mando. A pesar de esto sigo sintiendo una atracción por el hecho militar que continuamente me lleva a la literatura de referencia, a los juegos de guerra (no deben perderse Modern Warfare 2) y por supuesto al cine bélico.
Esa mezcla de obediencia a ordenes absurdas, cobardía disfrazada de valentía, adicción a la adrenalina y fragilidad acompañada del alto potencial de hacer daño hace del buen cine bélico un género que me encanta.
De esta forma llegué a The Hurt Locker, película independiente del año pasado catalogada ya por muchos como una de las mejores de la década.
¿Tanto así? no estoy muy seguro pero si es una buena película; último mes de servicio en Irak de un equipo de desmantelamiento de explosivos, el sargento James acaba de llegar en reemplazo del antiguo líder muerto en una explosión y sus métodos poco ortodoxos y arriesgados lo llevaran a enfrentarse a los otros dos miembros del grupo.
La película genera una tensión constante, la presencia de un contador regresivo (cual si de una bomba se tratase) que marca los días que faltan para volver a casa fácilmente nos hace imaginar un desenlace terrible o dramático. El mismo conflicto interno entre los miembros del equipo, el hecho de operar en un país ocupado donde nunca sabes si el que se cruza en la calle es amigo o enemigo, donde se ven señales de emboscada en cualquier evento -desde una cometa en el cielo hasta vecinos que se hacen señas desde los balcones- se van sumando en la boca del estomago hasta convertirse en un dolor del mismo en una película que agota, cansa.
Dejando a un lado la mala maña de la mareante cámara en mano (ya está bueno ¡coño! deberían prohibirla), lo predecible de algunos momentos y lo forzado de otros, es una excelente película con un final redondo que se conecta directamente con la frase del inicio: "la guerra es una droga".
Colonel Reed: Eight hundred! And seventy-three. Eight hundred! And seventy-three. That's just hot shit Eight hundred and seventy-three.
Sgt. William James: Counting today, sir, yes.
Colonel Reed: That's gotta be a record. What's the best way to... go about disarming one of these things?
Sgt. William James: The way you don't die, sir.
El trailer acá.