Tiempo dándole vueltas a esta noticia que genera sentimientos contradictorios.
Incapaz de sobrevivir a la crisis de un país que da la espalda a los libros, cerró la Librería Lectura en el Centro Comercial Chacaito y mucha gente se lamenta (y yo también se la mento, ya saben a quien).
Todo un icono para los amantes de los libros, era una de las pocas pequeñas tiendas que en cierta forma escapaban de la corriente mainstreet de best-sellers, Paulo Coelhos, autoayuda y política nacional que pululan por el país.
Si leemos la entrevista a Walter Rodríguez, su decepcionado dueño, podríamos resumirlo como el resultado de una política de estado mal dirigida de control cambiario y adquisición de divisas, otra política peor dirigida de intereses, objetivos y "motores "de la cultura nacional y por supuesto, el previsible resultado de la lucha de ese pequeño David contra el Goliat de las cadenas de tiendas.
Es triste, quedan pocas librerías (y estoy hablando de Caracas, no me quiero imaginar el resto del país) en las que puedas preguntar a un empleado por algún título y obtengas alguna respuesta inteligente más allá del "déjeme buscar en el sistema ¿Comó me dijo que se deletrea Neruda?"; quizás en Noctua, Entrelibros, Libroria y Vizcaya aún puedas consultar por un título descatalogado o algo que vaya más allá del millón de ventas en Estados Unidos.
El problema es que no estoy tan triste, creo que peor me sentí cuando Suma cambió de gerencia por el fallecimiento del dueño, renovaron el personal y ya no pude conversar con las señoras de la caja o el gordito que buscaba los libros en el depósito si no los encontraba en la tienda y además le encantaba Camilleri. ¿Por qué? porque Lectura era una librería donde había dejado de acudir espantado por lo mal que era atendido por sus empleados y dueños; pedantes y altivos, todo el que entraba a curiosear sus estantes parecía ser sospechoso de ladrón o por lo menos así me sentía al ser observado por cuatro pares de ojos. Nunca recibí un trato amable y las pocas veces que pregunté acerca de alguno de esos "temas menores" como son la ciencia ficción y la fantasía casi sentía vergüenza cuando me respondían. Libros con los precios remarcados a granel, aún los más estropeados, y una mesa de "ofertas" llena de títulos de segunda mano de política argentina que en el fondo dudo que le interesaran a alguien más allá del dueño de la tienda. Y no estoy hablando de los últimos meses, desde hace algunos años ese montón de libros de arte y fotografía en pésimas condiciones anunciaban el fin de este negocio (por más que su dueño se queje de que ya nadie compra un libro de arte para regalar).
Lo siento, en el fondo soy un egoísta que espera que a un librero le guste atender al público. Quizás el Sr. Walter debió conversar con Andres Boersner, aprender de su decálogo y quizás disfrutar de un buen comic de vez en cuando.
De todas maneras, mal futuro para los lectores de este país (o por lo menos para una parte de ellos) cuando vemos las dificultades sisíficas que hay que sobrepasar para importar ese objeto menor que son los libros.