To Say Nothing of the Dog
Connie Willis, 1997
Ediciones B, 1999
Traductor: Rafael Marín Trechera
Desde el momento en que se descubre que, más allá de moléculas de aire, polvo y bacterias, nada puede ser traído del pasado, el viaje por el tiempo pierde todo interés comercial por lo que los académicos de Oxford deben acudir a filántropos como Lady Schrapnell para buscar financiamiento.
El problema es que Lady Schrapnell supedita su generosa colaboración a la fanática reconstrucción de la catedral de Coventry, destruida durante la Segunda Guerra Mundial, y todos los recursos del departamento de viaje por el tiempo se asignan a una reconstrucción exacta del original que incluye averiguar el paradero del tocón del pájaro del obispo, misteriosa pieza desaparecida, al parecer tan horrible como solo el arte victoriano pudo hacerla.
Ned Henry será enviado al pasado, a 1889, supuestamente a descansar del stress por sus excesivos viajes temporales, huyendo de la insoportable mecenas y para devolver un objeto que nunca debió haber viajado por el tiempo. Pero se verá mezclado nuevamente en la búsqueda de ese jarrón inútil y espantoso que se convertirá, gracias a múltiples conexiones entre hechos al parecer inconexos, en la clave de una incongruencia temporal capaz de cambiar la historia y acabar con el mundo tal como lo conocemos.
Una curiosa mezcla de novela de ciencia ficción de viajes por el tiempo con la comedia británica de situaciones al estilo de J. K. Jerome (a quien homenajea en el título); romances, curiosas aventuras, equívocos, convenciones y costumbres victorianas y personajes algo estrafalarios (por no mencionar al perro) junto a las ideas del espacio-tiempo como un continuum que intenta autorrepararse creando cadenas de hechos fortuitos.
Algo complicada y enrevesada en las explicaciones de las paradojas temporales, quizá con un exceso de páginas especialmente en sus inicios, pero perfecto el cierre lógico de las tramas y paradojas y muy divertida las relaciones interpersonales, las descripciones para un lego de la sociedad victoriana y sus horribles desayunos y artes decorativas.
A mi me gustó.
—No me prepararon para nada. Dos horas de subliminales, en tiempo real. [...]
Ella pareció sorprendida.
—¿No le prepararon? La sociedad victoriana cuida mucho los modales. Las reglas de etiqueta se toman muy en serio.—Me miró con curiosidad—.¿Cómo ha conseguido llegar tan lejos?
—Durante los dos últimos días he estado en el río con un catedrático de Oxford que cita a Heródoto, un joven enfermo de amor que cita a Tennyson, un buldog y una gata —dije—. Toqué de oído.
2 comentarios:
Oye me gusta.
Epa y ¿No has leido Little Brother?
¿El de Doctorow? no,le tengo ganas a Down and Out in the Magic Kingdom, creo que unos fans lo tradujeron.
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