miércoles, 31 de octubre de 2007

La Tierra permanece


Earth Abides
George R. Stewart, 1949
Ediciones Minotauro, 1962, 1995
Traductor: Gregorio Lemos


Una plaga desconocida acaba con prácticamente toda la humanidad en pocas semanas dejando unos pocos sobrevivientes, el californiano Isherwood Williams entre ellos, quien comienza su odisea; su viaje cruzando el continente en busca de los restos de un gobierno que ya no existe, el regreso a su hogar familiar, su labor para formar una comunidad y sus esfuerzos para evitar caer en la barbarie, mantener la civilización y legársela a sus descendientes.

Una historia post-apocalíptica pero con un aire bastante pastoral y sociológico a la que solo faltan los extraterrestres para ser una novela de Simak. Se enfoca exclusivamente en Ish y sus dudas acerca de como afrontar el futuro; continuar viviendo o suicidarse, buscar alguna comunidad o asentarse solo, tratar de garantizar la supervivencia de sus descendientes o dejarlos seguir viviendo de la rapiña de los restos de la civilización, luchar para evitar la barbarie de su nuevo grupo familiar, manteniendo los retazos de conocimiento, o por el contrario dejarlos descubrir un nuevo camino solos.

Al final muchas de las soluciones son compromisos a medio camino donde el racional Ish se siente derrotado, para terminar entendiendo finalmente que en ese nuevo mundo las supersticiones y mitos son necesarios e inevitables y las respuestas a los problemas vendrán de acuerdo a las necesidades que aparezcan.

Interesante como el comienzo de un gobierno formal parece venir de la mano de la primera necesidad de violencia contra el género humano así como las breves descripciones de como la naturaleza empieza a recuperar el espacio perdido, destruyendo las obras del hombre; acueductos, vías, luz eléctrica, convirtiéndose poco a poco la humanidad en una breve marca en el registro histórico del mundo y adaptándose a su nueva posición de especie no dominante; la escena casi final del encuentro del grupo de jóvenes con el puma, dejando cada uno el paso al otro sin intentar atacarse mutuamente, creo que lo resume perfectamente.

Escrita en 1949, bien ganada su condición de clásico.

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